Y por fin fui a ver Mamma Mia.
Me lo pasé superbien. Unas voces preciosas, la mayoría. Buenos actores, la mayoría. No eran grandes bailarines, pero no hacía falta. Divertida, emotiva la función. Todo más que bien. Pero NO PUEDO con Nina. No puedo. Os prometo que lo intenté, dejé los prejuicios fuera del teatro al entrar pero, qué le vamos a hacer, los tuve que recoger a la salida.
A ver, NINA canta de maravilla, eso no se puede cuestionar. Bueno, cuando se pone en plan negra de 200 kilos, con esa voz más grave que la de cualquiera de sus compañeros masculinos no me gusta demasiado. De todas formas, su voz es potente, versátil y expresiva (qué pedante me pongo a veces, sorry). Eso es así, y lo que es, es. PERO las caras ésas que pone tan raras para poder emitir esos sonidos... lo siento, a mí no me compensa. A veces me da asco, otras sólo miedo de que se le desencaje la mandíbula. No me puedo relajar.
Como actriz, eso sí que no tiene matices. Es un desastre. Toniquete de dobladora de dibujitos animados, gestos de película americana de instituto-high school, y desde luego, CERO de verdad en su interpretación (muchísimo más evidente aún en las escenas con carga dramática). Lo reconozco, tuve que mirar a otro lado en algún momento para no pasar vergüenza ajena.
PERO Nina no es tan terrible como para descompensar el musical. Marta Valverde me encantó, y Paula Sebastián (odiosa doctora-travelo en Médico de familia) también. Claro que cantaban peor que Nina, pero tenían kilos de gracia y salero en sus números, y cero del trascendentalismo del Nina.
Y la prota, MARIONA CASTILLO... ay. Me encantó. Es tan abrazable. No había oido hablar de ella pero me pareció maravillosa.
Yo había visto imágenes en la tele del PÚBLICO BAILANDO. Me imagino que vosotros también. Y os preguntaréis, ¿qué hay de verdad en eso? Pues mira, se iba acercando el final de la función, y allí los únicos que estaban de pie eran los actores. PERO después de los saludos, el elenco hace una especie de bis sin acting, pura canción, y dan palmas invitando al público a participar. Me hizo gracia, porque de pronto se plantó un tipo extraño con sombrero de cow-boy, en la mitad del pasillo, dando palmas a pie de escenario. Parecía un espontaneo que, obviamente, produjo el efecto dominó. Se empezó a poner de pie todo el mundo: unos pocos como acto reflejo, el resto porque los que ya estaban de pie no les dejaban ver. Cuál fue mi sorpresa al acabar el espectáculo y descubrir que el hombre del sombrero era un técnico de sonido que volvía a estar en su mesa, desconectando todas las máquinas. Somos puro ganado.
De todas formas, tengo que decirlo o reviento, me sentó fatal que fueran tan cutres de COBRARNOS EL PROGRAMA a 50 céntimos, después de haber pagado 325 euros por las entradas. Es como cuando en la facultad te cobraban a 100 pts. el formulario que había que rellenar para matricularse, cuando la matrícula costaba 600.000 pts.